RESPETA EL TRABAJO
NO OS ATRIBUYÁIS LO QUE OTROS CREARON
SÉ CREATIVO, SI COPIÁIS ALGO TENÉIS QUE CITAR EL AUTOR DE LA OBRA.
¡GRACIAS!
(INCLUIDO ESTE TEXTO)
ES POR EL BIEN DE TODOS
Código: 0811231640633
Fecha 23-nov-2008 UTC (Club Literario Cerca de ti)
NO OS ATRIBUYÁIS LO QUE OTROS CREARON
SÉ CREATIVO, SI COPIÁIS ALGO TENÉIS QUE CITAR EL AUTOR DE LA OBRA.
¡GRACIAS!
(INCLUIDO ESTE TEXTO)
ES POR EL BIEN DE TODOS
Código: 0811231640633
Fecha 23-nov-2008 UTC (Club Literario Cerca de ti)
****
ESTOS RELATOS Y CUENTOS TIENEN DERECHO DE AUTOR REGISTRADO.-
DESDE LA CÁRCEL
(Autora: Ana María Lorenzo Gracia)
Se marcó con voz sonante la sentencia del magistrado. El acusado se puso en pie. José apretó las mandíbulas y oyó el choqué de sus dientes que bien podrían haberse roto. Aquella noche había soñado con ellos, cómo se soltaban dentro de su boca y daban vueltas como caramelos podridos. Pero, ahora, su realidad era, encontrarse ante el Juez y la sentencia. Y fue claro y explícito. La condena era por dos años. Y sólo le había pateado a esa madre golfa, como la llamaba su padre antes de morir. Ella tenía la culpa de que se fuera. ¿Qué trato se merecía? Tenía 18 años. Saldría con 20 años. Y a esos, los verdaderos ladrones, los grandes capitales que dejaban en la miseria a tanta gente robando sin pudor, forrados hasta el cuello, bajaban las escaleras con sus culos gordos y bien alimentados; esos, se burlaban de la ley, y la ley se ensañaba con él por una simple paliza, justicia que su padre bendecía.
Observó a su madre apretando los puños, temblorosa… Un ahogado grito de áspero terror brotó a través de los labios entreabiertos, rumor, que al punto se perdió bajo el murmullo de los asistentes.
El rostro se le tornó espantosamente lívido. Se clavó las uñas en la palma de las manos. -Golfa, golfa…, pensó. Con brusquedad casi inhumana, le colocaron las esposas y de un empujón lo sacaron del recinto como si fuera el peor de los criminales.
***
-¡Es un niño! ¿En qué delirio mental estaba metido? ¡Madre de Dios, que se acabe esto pronto! - Era el grito de silencio que nadie escuchaba, de una madre desconsolada, mientras se vaciaba la sala. Se retiró, jadeante, en la silla de ruedas que empujaba el enfermero. Aspiraba grandes bocanadas de aire, mientras las lágrimas cegaban los ojos. Le dolía el corazón. Apretó las manos contra el pecho que amenazaba estallar.
Despacio, con desesperada dignidad, abandonó el palacio de Justicia. No vomitó, no chilló… el rostro crispado.
Aquel día fue largo, extraño… Ni rezó. Ni pensó. Aparcó la silla de ruedas en el rellano. Se limitó, pese al dolor de las heridas, a limpiar la casa, a fregar los suelos, a ordenar el cuarto de su hijo, como si esperara que de un momento a otro, volviera a casa.
La noche llegó, como puerta acampada en su vida. Oyó el golpe brusco de las verjas, sonido metálico que vibraba dentro de ella. ¿Alguien sabe del dolor de una madre cuando denuncia a su propio hijo que cae entre rejas? No podía apartar de su imaginación el rostro marmóreo de su muchachito. ¡Era tan joven para vivir la dureza de la cárcel! Y era ella, la que había implantado aquel severo castigo. ¿Aprendería los valores del respeto?
Marcela, se sentó junto a la ventana. Las farolas, ya encendidas, desparramaban cerúleas luces amarillentas por la cuesta adoquinada del infierno.
Lo llevaron a Dueso, pensaba - ¿Por qué se juntaría con aquellos amigos? Violentos, groseros… las peores compañías. Y ella pagaba las consecuencias de un cruel padre fallecido que como herencia, le dejó un hijo de su mismo talante. Las imágenes se fueron desvaneciendo a medida que sus ojos se cerraban y su alma se contraía. Sintió el frescor de la cristalera. Dio un profundo suspiro y se retiró.
***
-¿Qué haces aquí, muchacho? El diablo no está en este sitio, sino en el último pabellón. Hay gente armada dentro. Parece que quieren matar a uno de ellos. ¿Quién sabe qué demonios hay allí? Si ves que se acercan en el patio con garrotes, corre y escóndete donde puedas o sentirás la metralla en tus huesos y los palos rasgarán tus carnes.
José, estaba demacrado. El guarda debió verlo demasiado joven y tembloroso. Se apiadó de él como polluelo desvalido en un recinto donde había dobles puertas, se oían gritos y golpes acerados. Echó a andar por un pasillo estrecho. Era como un laberinto confuso. Portones cerrados, cerrojos por sellos. Alguna de ellos sería su celda. Bajaron por unas escaleras, y volvió a ver otro pasadizo bordeado con las mismas puertas. Por fin llegaron a la suya. Oyó el chirrido de las llaves dando vueltas. Le empujaron, y vio un camastro, con una manta, una pequeña ventana y una ducha retrete en un rincón.
La humedad calaba sus huesos. Oía el sonido del mar. No podía estar muy lejos. Movió el camastro bajo el ventanuco. Quería ver algo. Subido en él, pudo divisar un trozo de agua azulada que resbalaba por la playa. Espejo de un cachito de cielo donde las gaviotas volaban. Se sintió privilegiado por la celda que le habían adjudicado. Más tarde se enteraría de que únicamente tenían derecho a ellas aquellos que cometieron delitos menores y buen comportamiento. - ¡Ajá! dar una buena paliza no era un delito mayor. No le perdonaría a su madre el que le denunciara. Saldría pronto… sí saldría pronto.
Siguió mirando el escaso entorno que podía divisar. El corazón le dio un pálpito cuando reconoció desde lo lejos, a una mujer sentada en una silla de ruedas bajo un tamarindo. Escribía sin parar. La reconoció al momento. Era su madre. A veces levantaba la vista hacia el penal. ¡Maldita, fuera! Le incomodaba su presencia. Pero la observó… sí, por primera vez la miró con otros ojos.
Nunca se había fijado tanto en aquella dulce mujer que le acunara en su infancia, que le acompañó en sus locuras intentando arrastrarle hacia un escenario que se iluminara. Le mostró su verdad, la verdad de la vida, la de todos los tiempos. Pero él la huyó. Cerró los ojos y los oídos. Y de repente, la explosión.
José empieza a pasear por la celda. A veces se detiene a mirar tras las rejas. Allí sigue sentada. Es el momento de los recuerdos, aunque resulten hirientes. Siente deseos de escabullirse, de desaparecer. Está en pie ante la ventana y comienza a hablar a solas. Las palabras acuden, surgen a su pesar. De todos modos, tienen que surgir.
Sus ojos no pueden quitar la vista de la diminuta figura. Tan cerca y tan lejos. Emerge la iluminación. Se quita la camisa y la saca por entre las rejas, dejando que el viento la mueva. Tenía que agitarla fuerte, para que ella supiera dónde se hallaba. Mas… ¿Qué estaba haciendo? Era la golfa, sí la golfa que decía su padre… No tenía que olvidar. Ella engaña… sí. Ella le había metido ahí. Se volvió a poner la camisa.
Hacía calor. Moscas, varias moscas penetraron en la estancia.
-¿Qué pasa ahí?, oyó una voz.- Y se abrió la mirilla de la puerta. – ¡Baje de ahí! Le ordenó la voz del guardia.
Sintió un grueso golpe que se convirtió en una paliza exagerada.
-Aquí se cumplen las leyes, niñato – Le gritaba el carcelero.
-¡Mierda de niño...! ¡Ponte la camisa! Te traeré otro pantalón, te measte en él. Jajaja…
Adormecido por el dolor, José sintió el zumbido de las moscas junto a él, para luego desaparecer por la ventana- Si estuviese en su escenario, pasearía como una fiera, con los puños apretados. Necesitaba un arma, una navaja y ese chulo de guarda desparecería. Sabría quién era él. Y así durante meses.
***
Luz de luna donde quieta se queda. Desde su camastro vela su sueño que pide tan solo un sencillo jersey que le quite el frío.
Se oye la puerta, su frente encharcada en gotas de delirio. Lejos una suave voz.
-Hay que llevar a este muchacho a enfermería.
-Para matarme, saca al guerrero y mira de frente a tu madre en un día estival…
-¿Entendéis lo que dice? Preguntaron los enfermeros, mientras llevaban a José en la camilla. -Delira… - dijo alguien. Nadie escucha.
Pasaron tres días hasta que comenzó a sentirse mejor. Su cuerpo dolorido y lleno de hematomas le impedía moverse con agilidad. El médico de la cárcel se acercó a él. Aparentaba una dulzura paternal de la que desconfiaba.
-Vamos a ver, José. Me gustaría tuvieras la suficiente confianza para que me explicaras lo que sucedió. He leído tu historial, no es precisamente el mejor, pero no entiendo por qué has recibido este trato nada más llegar. ¿Qué hiciste?
-Miraba por la ventana. Vi a mi madre.
-Nunca me han contado un caso semejante. Los familiares saben que tienen horas de visitas a las semanas.
-Pero Vd. no conoce a esa bruja. Se mereció la paliza que le di.
El doctor no sabía si creer o no creer al muchacho. Pero accedió a mirar por la ventana con él. Y sí, vio a una mujer hermosa sentada en su silla de ruedas. Levantó la vista y alzando el brazo, le envió un beso.
Ante tal gesto de dulzura, el médico cuestionó si el muchacho estaba bien de la cabeza.
-José, ¿Cómo pudiste apalear a tu propia madre, cuando a la legua se ve que es una buena mujer? Necesitas ayuda, chico. Ella hizo bien en denunciarte, todo fue por tu bien, para que te dieras cuenta del respeto que le debes y el amor que te profesa.
-¡Qué sabe usted de esa golfa! – Exclamó y le dio la espalda.
***
Aunque nadie sabía su nombre, Marcela se dio cuenta de cómo desde otras ventanas, aparecían camisas saludando. Y ella, a todos alzaba su brazo enviándoles un beso. De alguna forma, aquellos solitarios reclusos, la hicieron también su madre. Hasta los guardias de vigilancia, la saludaban cuando la veían llegar con su silla de ruedas. Y ella, siempre sonreía. Pero era la ventana de su hijo la que miraba y éste, no le saludaba. Al atardecer se alejaba llena de tristeza.
Aquel invierno fue frío, muy frío en toda la península. Con una manta tapada, la mujer acudía a su cita. Hubo días que con calenturas, se sentaba bajo el mismo árbol, y se arrebujaba tiritando para solo levantar el brazo y enviarle su amor al hijo.
Cierto día se le acercó un soldado que con marcial saludo, le sugirió la idea de volverse a casa pues se avecinaba una tempestad muy fuerte. Marcela le miró fijamente y le dijo que mientras viviera, ella estaría cerca de su hijo. No sabemos qué pasó por la cabeza a aquel guardia, pero se fue con el rostro contraído y pensativo.
Y así, de nuevo volvió la primavera. Comenzaron a salir margaritas salpicando de alegría los alrededores de la cárcel, y luego vinieron flores amarillas, rojas, azules y brotaron capullos en las enredaderas de los rosales salvajes. Los árboles eran una masa de brillante verde y el mar al fondo, se veía más veces azul que el gris del invierno.
Marcela seguía en su empeño. Con su libreta y bolígrafo escribiendo. Su dulce sonrisa y el beso que lanzaba. Era ya una figura del paisaje que no escapaba a la vista de nadie. Y seguían, también, los días de visita. Puntual acudía a abrazar a su niño. Mas éste jamás acudió al locutorio a verla.
Cierto día, los vigilantes observaron que la mujer estaba quieta al igual que una estatua. Se acercaron y la encontraron muerta. Ni un relámpago fue más veloz, que el agitado de las camisas tras las ventanas, en la penumbra de la noche. Acudió una ambulancia y se fue con los silbidos que salían de ellas. Era final de primavera cuando el sol estaba ya casi en su cima.
A José le dejaron salir para el entierro. Una sarcástica sonrisa le acompañaba. Luego volvió a su celda y hasta que terminó el verano, sus compañeras fueron las moscas. Ya ni pensaba. Le entregaron una carta de su madre. Estuvo a punto de romperla, pero algo se lo impidió y la leyó.
“Querido hijo: Sabiendo que ya la vida se me acaba, siento la necesidad de escribirte, después de tantas preguntas sin respuestas. Eres lo más bello que me ha pasado en la vida, a pesar de tus malos tratos. Confusión que siempre achaqué al mal ejemplo que te dio tu padre. Hombre violento y cruel, con sus mentiras llegó a engañarte de mi verdadera imagen. Aquí me tienes, todos los días, esperando ver esa camisa tuya, salir por la ventana. Señal de que los valores de la vida, han comenzado a entrar en tu alma.
Cuando estabas en mi vientre tus patadas yo sentía, y al mismo tiempo que me moría de agonía, tú me llenabas de alegría. Al tenerte en mi vientre, me di cuenta de que ya no estaba sola y que un día te enfrentarías a aquél que me amargó la vida.
Mamá se enamoró del hombre equivocado y se encerró en su propia cárcel. Verte a ti allí metido, me hace morir de pena. Pero quise que así fuera, para que no te volvieras como tu padre. Es el amor que te tengo el que te llevó a ella.
Sabes que para mamá eres lo más importante. Te adoro con todo mi cariño y ternura. Nunca olvides que el amor no es una obsesión, es un sentimiento de dos, una complicidad.
Ojalá aún estés a tiempo de creer en el amor de tu madre. Besos. Mamá”
Por primera vez, se sintió culpable del fallecimiento de su madre. Si no se hubiera metido en líos, si no fuera como era… José lloró como un niño.
A finales de otoño, le conmutaron la pena. Y antes de cumplir los dos años, salió de la celda. La historia de la relación del muchacho y su madre, siguió en la boca de los presos y de los guardias. Muchos decían creer verla sentada saludando. Y corrieron voces de fantasmas por el penal. Pero de aquello, no llegó a enterarse José, nunca.
Dueso quedó en el recuerdo. José comenzó una nueva vida sin dejar de sentir esa conciencia que le gritaba.
FIN
Bonito relato y bien llevado, Ana María...
El amor de una madre debe estar a veces por encima del sufrimiento,
y qué duda cabe que las penas hay que redimirlas.
Algunas veces, incluso, con una dosis de buena suerte,
se aprende la lección por dura que sea.
Un abrazo y gracias por compartir estas letras.
LA ROSA DE TÉ
I
Siempre me han gustado los senos femeninos. Y he detestado a las mujeres a las que no les gusta que se los acaricien. El psicoanalista me dice que es un problema que viene de mi primera infancia, que deberíamos analizar.
Vociferaba el viento mientras el coche cogía la curva.
Desde que me lo dijo, odio esos senos al igual que sus portadoras.
Volveré a casa y seguro que estará durmiendo.
La muerte es un mecanismo mental. Sé muy bien donde empieza: El asco que me da al verla y aunque se cubra, sé que están ahí esas masas de carne pegadas a su cuerpo. Quizá, si se los arrancara, volvería el amor a mi vida.
Pedro, aprieta el acelerador. El coche vuela. Le gusta la velocidad.
El whisky es estupendo. Tengo toda una filosofía en la aprensión del infarto de miocardio. Lo espero. Lo conozco. Dicen que la gente bebe por huir de sí misma. Inexacto. Yo me admiro, y ese alcohol deslizándose por la garganta, es mi festejo.
Un bandazo de aire sacude el coche a la par que un conejo cruza la carretera.
¡Malditos bichos! Seguro que fue ella la que los soltó para que me matara.
El automóvil frenó ante la puerta. Había llegado. Abrió con desgana, titubeante, delirante. Gritó.
-¡Matildeee…! - Encendió un cigarrillo mientras se arrojó al sillón - ¡Matildeeee… zorra, aún estoy vivo!
-Estás borracho - Oyó a su espalda. Alargó el brazo y la cogió con fuerza, casi sin volver la cabeza. De un volteo la hizo su prisionera. Ella chilló.
-¡No sé qué hago contigo, puta!- La insultó a la vez que apretaba el cigarro sobre su fina piel.
Matilde se retorció como serpiente y corrió hacia la puerta. La había cerrado. Se deslizó contra la pared hasta caer acurrucada en el suelo. Sabía lo que le esperaba. Vendrían los tirones de pelo, las bofetadas y patadas… En el fondo de su desespero, reconocía que ni siquiera tenía valor para huir. Mientras caían los golpes, su mente nublada se anulaba, hasta que, como siempre, antes de perder el conocimiento, viera una rosa roja. Siempre lo último que veía, era una rosa roja.
II
Avanza por el camino que conduce a la estación con una pequeña maleta. Se dispone a abandonar aquello. Una asistente social le acompaña. No sabe a dónde va. Tiene poco dinero, deseos de estar sola, de cambiar de piel. “Tal vez las rosas de té sean más bellas”, piensa.
Matilde oye a aquella mujer que no conoce. Le habla sin parar.
-Bueno, el tren vendrá enseguida. Su vida va a cambiar, no lo dude. Ya apresaron a su marido y con la orden alejamiento, nunca podrá hacerle más daño. De momento lo encerrarán en un psiquiátrico. Usted, va a vivir en una casa de acogida donde conocerá a mujeres que han sufrido sus infiernos. Ahora están bien. Les encontramos trabajos. Con el tiempo, se recuperará, olvidará y rehará su vida…
¿Qué dice aquella mujer? No quiero oír nada.
Le sobresalta un silbido. Se ve la máquina del tren acercarse. Se le hace extraño ver ese monstruo. Va frenando, es más grande, frena… chirría. Se desinfla como un globo.
-Vamos Matilde, suba, se detiene muy poco tiempo.
Ya pasan los campos veloces, película de tierra a la que se abandona a través de los cristales. Es una figura más del paisaje.
-Plantaré rosas de té… - Esas fueron su primeras palabras.
-Sí, Matilde, podrá plantar sus rosas. Ya es libre. – Le contestó la asistente – Descanse ahora y duerma, faltan cuatro horas para llegar a Zaragoza.
III
-¡Alárgame el pico! - Señala la herramienta que está en el suelo.
Empieza a excavar. La madera vuela en todas direcciones. Aparece la brasa, casi enterrada en el suelo.
-Porquería – dice
El roble se inclina. El pico lo hiere en la base.
-¡Venga! ¡Golpea! Hay que pegar siempre en el mismo sitio para que el fuego llegue a ceder.
El joven árbol cae. Lo arrastra fuera del agujero. Gotas de sudor cubren la frente ennegrecida por el humo. Jadea un poco. Los otros hombres les han rebasado. Están en lo alto de la cresta.
Lía un cigarro, lo enciende. Mira a su compañero. Está cansado. Se sienta junto a él.
-Un poco más y se quema el pueblo.
-Sí, parece que llegamos a punto.
-¿Este maldito viento?
Se levanta, tira el cigarro, lo aplasta con el pie.
-Vámonos- dice.
Suben. La pendiente es pronunciada. A su alrededor, los troncos apestan. Desde lo alto, observan cómo se recortan los cuerpos de las cuadrillas contra los últimos resplandores del fuego.
IV
Han pasado dos semanas desde el incendio. La llamada de director del psiquiátrico le pone nervioso. Ya lleva cinco años encerrado allí. Sometido a tratamientos que él sabe no le hacen efecto. Debe mentirles, engañarles, aparentar lo que ellos desean. ¡Son una panda de ineptos!
-Pase, Pedro. Siéntese.
Es ridículo ese hombrecillo de bata blanca. Parece un pellejo de gallina con la nariz como pico. En sus adentros, se ríe del gusanillo que tiene delante fingiendo un falso poder.
El Dr. Jaime Lobato, lo examina fijamente. Aparenta leer unos papeles. Luego se levanta.
-Bien, bien… Me han llegado muy buenos informes de usted. La labor que hizo en la extinción del fuego estos días pasados ha sido encomiable. La dirección de este Hospital se ha reunido y han llegado a la conclusión de que se encuentra usted rehabilitado. Por lo que vamos a pasar su caso a las autoridades para que procedan en consecuencia y le dejen en libertad. Imagino que se alegrará de la noticia. Felicitaciones.
-Sí, es una sorpresa. ¿Cuándo podré irme?
-Vaya a su cuarto. Haremos una pequeña gestión burocrática y en la puerta le esperará un coche de la policía para su traslado al Juzgado y le den la resolución final del Juez.
¡Lo he conseguido! ¡Por fin! Puta, puta, puta… ya me enteraré donde te encuentras.
Lee un papel que le dan. Libertad con orden de alejamiento de hasta mil metros de Dª Matilde Barberabena Ortíz.
Hace un bolo con él y arroja en la primera papelera que encuentra.
V
-Te quedó precioso el vivero, Matilde. Debes de estar muy orgullosa – Le dice la asistente social que vino a visitarla.
-Sí, ya ves, lo tengo por secciones. Ahí, las de flores de temporada; en aquel rincón, la zona de semilleros, estoy cultivando plantas medicinales…
-Me alegro mucho verte tan feliz. ¡Oh, qué preciosidad! – Exclama la asistente dirigiéndose hacia una zona protegida del invernadero - ¿Son tus rosas de té?
-Sí, todas las rosas son hermosas. En el caso de la rosa de té, la belleza rezuma por todos los poros de la flor. Las tengo colocadas allí porque necesitan un poco de resguardo. Esas no las vendo. Siempre quise tener un bello rosal de ellas.
-Vienes, y ¿tomamos un café? Me agradará me cuentes más sobre tu vida, cómo te va, tus amistades y demás cosas que se te ocurran.- La asistenta le da un gran abrazo.
- Sí, vamos, me sentará bien descansar un rato – Contesta, mientras se despoja de su delantal.
Matilde se acercó al mostrador. El camarero colocó ante ella dos tazas de humeante café.
Fue agradable la conversación entre las dos mujeres. Ajenas a los demás clientes, unos ojos observaban tras la lectura del periódico.
Entraron unos hombres, seguidos de una pareja.
Pagaron y salieron del local. Matilde y la asistenta, se dieron un par de besos y despidieron.
VI
-¿Qué sucede?- Pregunta la asistenta social a su compañera de piso, mientras lleva un vaso de leche en la mano
- Escucha la televisión.- Le contesta.
“Otro nuevo caso de violencia de género. Ayer por la tarde fue hallado el cuerpo sin vida de una mujer en el vivero donde trabajaba. Lo espeluznante del caso, es que le hallaron con los pechos extirpados y cubierta de rosas de té destrozadas. A un par de kilómetros de distancia, se encontró un coche estrellado, en cuyo interior se hallaba el cuerpo de un hombre que fue identificado como el marido de la víctima. Éste, ya había sido denunciado hace unos años y acababa de salir de un psiquiátrico donde se le consideró rehabilitado para vivir en sociedad. La muerte de esta mujer ha sido reivindicada por distintos grupos sociales. Se preparan manifestaciones en protesta ante el Hospital psiquiátrico y en distintas provincias. Al funeral acudirá su familia en privado. Ahora, pasamos a Deportes…”
Se oye un crack. Hay cristales en el suelo.
FIN
CRISÁLIDA DE BRONCE
(Cuento de Navidad)
Sobre puertas
abismales, tristes preguntas de infante: ¿Qué día del año se celebrará
la creación del
Infierno? La miel no se hace con dulzura, sino con trabajo y las almas más
dulces son las que bebieron aguas más amargas.
--¿Por qué piensas
en el infierno, mi pequeño sin zapatos? Le
decía, la vieja estatua de bronce, que descansaba en el banco.
Pensaba el niño y no
pensaba… en que sólo existía el averno. De su boca sólo sombras en un hablar de
santo en condena. ¿Qué sentirá al abrir los ojos a una eternidad que le
llamaba? Pues, ¿qué mal había hecho para que la muerte le rondara? La humedad
pesaba sobre sus jóvenes huesos. La ciudad gris, sin ladrillos dorados. Y el
cielo le mostraba un jardín de menguante Luna. Y… ¡tanta hambre pasaba! ¡Tanto
frío en su pequeño cuerpo! Que ni recordaba lo que era el fuego,
lo que era una madre
que le besara.
Se acurrucaba
abrazado a la estatua. Y aunque fría y dura la encontraba, le hablaba como a un
padre. ¡Ah, qué pensamientos tan bellos le dejaba! ¡Qué silencios tan palpables
como el bronce que abrazaba! El corazón entra y sale, hondo…muy hondo.
--Oh, pequeño
jilguero, que tan pronto cortaron tus alas. Mira, que soy crisálida escondida
del alma de un poeta. Oscura tiniebla de mi mismo. Tránsito que debo pasar para
ser grácil mariposa. Perdón ya pedí por mis faltas. Es grande el cielo
y arriba siembran
mundos. Si derribas estos crueles muros, te daré mis zapatos de bronce.--
Exhausto, el niño
escuchaba esa profunda voz que le hablaba. ¡Qué escena tan diferente a los
momentos de sus infiernos!
--¡Ay, roca que
estás en el suelo! ¡Librarme de mi encierro!, -- gemía el poeta, -- ¡Abre esta
jaula de ciegos! ¡Volverme mariposa yo quiero y subir con mis alas al cielo!--
--Pero ¿los poetas
tienen alas? --preguntó, el niño que escuchaba--. ¡Yo quiero alas y ser
mariposa! ¡Volar, volar muy alto…!
--Rosal de invierno,
ya me pareces. Más bello que en verano, pues no era de flores la corona que
adornaba la sien del que te hizo. Rompe en pedazos la rígida piel,
y deja te muestre el
alma del trovador que en eterna crisálida vive.
El niño, cogió la
piedra y con fuerza golpeaba; hueco sonido se oía, de dentro de la figura. Más
la dureza del metal agotaba. Sus manos sangraban. Pequeñas y diminutas
herramientas bañadas por las aguas de sus ojos. Quedó agotado, dormido en los
brazos de la talla.
Resonaban cohetes y
bengalas. El cielo se vestía de fiesta. Nochebuena se festejaba; villancicos en
la calle y comidas ante el fuego. ¡Oh, dulzores navideños!
Era medianoche,
cuando del cielo bajó un mandato. Se liberaba el alma del bardo, por la del
niño. Sería el mismo Dios quien le protegiera del mundo. Hueco para él abierto.
Crisálida de luz que dormiría en sus brazos.
Abrió los ojos el
mozuelo, y vio cómo la figura se resquebrajaba. Del interior salieron
mariposas. ¡Mariposas de colores! ¡Mariposas que volaban!
¡Ah, qué bella es el
alma del poeta! Bate sus alas y todo parece moverse. ¡Qué hermoso y fulgurante los
ecos de su voz a los vientos! Las vio
perderse entre onduladas corrientes. Sabía que era música y danza, que sus
versos se alzarían
directos hacia el
cielo. Y cuando todo volvió a su estado,
el niño se introdujo en el espacio abierto. Se cerró la brecha. Cerró los ojos.
Dormida crisálida de luz
con alas de mariposa,
descansaba. Fuera, villancicos cantaban.
FIN
VIAJE AL MUNDO DE LAS FRUTAS
(Cuento infantil)
Autora: ANA MARIA LORENZO GRACIA
Ilustraciones: Jokin Manzanos
Pablo se despertó
bruscamente. Algo frío y suave le había rozado las mejillas. Abrió los ojos y
vio apoyada en el suelo, una gran burbuja transparente. La curiosidad fue más grande
que la prudencia, y éste, sin pensárselo dos veces, se acercó a examinarla. La
tocó con sus pequeñas manos, rascado con la uña. Ante su asombro la sintió
blanda como la plastilina. Sus dedos la atravesaban, al igual que sus brazos y,
con mayor atrevimiento, metió la cabeza y el resto del cuerpo.
La
esfera se volvió, de repente, en un material sólido y duro. Se encontró
atrapado. La burbuja se alzó del suelo, rápidamente, salió volando por la
ventana.
Al
principio, el niño estaba un poco asustado, pero no le importaba mucho aquello
ante la excitación que le producía la aventura en la que se veía envuelto.
Feliz
y a gusto, viajaba por el aire. Parecía un ave. Volaba veloz contra el viento,
cada vez subiendo más alto. Y miraba hacia abajo y veía cómo las casas se iban
haciendo cada vez más pequeñas, hasta parecer pequeños puntitos para luego
desaparecer en la lejanía.
Por
fin, salió de la atracción de la Tierra y se adentró en el espacio. ¡Qué
contento se encontraba contemplando las estrellas tan cerca!
La
Luna le miró sonriente con su grandota cara pálida y frescachona. Aquella noche se había pintado mucho las
pestañas y sus ojos parecían grandes abanicos que se abrían y cerraban. Formaba
tal corriente de aire, que empujó todavía más a la burbuja alejándola de la
Tierra.
-¡Hola,
hola…! – Oyó una voz que desde fuera le gritaba como un disco rayado. -
¡Sígueme, sígueme…! – Entonces vio a un ser diminuto y verdoso, sentado en un
no menos pequeño meteorito como si fuera una moto del espacio.
Durante
un largo rato, fue detrás del hombrecillo. Luego, éste le señaló un planeta de
color rosa y verde; después giró su piedra aérea y desapareció.
La
esfera donde iba metido, pareció que se transformaba en un pájaro que encogía
sus alas y se precipitó directamente hacia el planeta, a máxima velocidad. El
viento era una sólida y palpitante pared sonora contra la cual no podía avanzar
con más rapidez. Pablo, sintió un vértigo terrible, tragó saliva, comprendiendo
que se haría trizas si se doblaba la velocidad.
Pensó
que allí terminaba su aventura. Iba a chocar contra aquel planeta de un momento
a otro. Temblaba. Tenía miedo. Pero, repentinamente, al llegar a una corta
altura, la burbuja fue frenando suavemente, hasta que aterrizó en el suelo.
Quieta
en aquel lugar, se volvió otra vez blanda y el niño salió del interior mirando
todo su alrededor con gesto de asombro.
Estaba
rodeado de mucha vegetación: árboles de colores plateados, azules, rosas,
amarillos; flores de vistosos pétalos, montañas blancas de las que bajaban
infinidad de riachuelos cantarines.
Todo
aquello era muy bello.
-Bueno,
pensó, tendré que explorar este lugar y buscar algo de comer, pues ya mi
estómago empieza a gritar ruidosamente: ¡Quiero una hamburguesaaa…!
Comenzó
a caminar por aquel mundo desconocido. Llevaba un rato andando cuando vio una
suculenta manzana, gordita y apetitosa, que se encontraba abandonada en el
suelo.
-¡Qué
suerte tengo! ¡Me la comeré! – Exclamó el pequeño a la vez que la recogía del
suelo.
Pero,
al ir a darle un mordisco, la manzana gritó:
-¡Socorro…
socorro…! ¡Me quieren comer!
Al
instante, de todas las direcciones, salieron plátanos larguiruchos que llevaban
lanzas muy puntiagudas, naranjas con cascos, sandías, ciruelas, puerros y
coliflores… Todas las frutas y verduras que os podáis imaginar, rodearon a
Pablo que no cabía en su asombro al verlas con brazos y piernas, bocas, ojos…,
vestidas y con armas dirigiéndose hacia él amenazadoramente.
-¡Date
por preso, extranjero! ¡Tendrás que comparecer ante un Tribunal!
Al niño, no le quedó más remedio que ir
detenido por todas ellas, que le condujeron a una explanada donde ya esperaba
todo un Tribunal de Justicia, como los que vio alguna vez en la televisión,
aunque aquí era un poco distinto. Un melón con gafas y barba, era el Juez; un
Pepino, el Fiscal y un tomate rojo, bien rellenito, el Abogado Defensor. El
resto del Tribunal estaba formado por patatas, coliflores, rábanos, judías,
peras y naranjas, los cuales no hacían más que hablar y hablar sin parar:
Bla…bla…bla…
-¡Orden!
¡Orden! – Gritó el Juez Melón - ¡Silencio todo el mundo! ¡Se abre la sesión!
¡Que se acerque el acusado!
Pablo
se presentó.
-Soy
yo, señor.
-A
ver, señor acusado, diga su nombre y procedencia para que se entere todo el
Tribunal – Dijo éste, llevándose a los ojos unas pequeñas lentes, pues la
altura del humano, le parecía enorme.
-
Me llamo Pablo, tengo siete años y vengo del planeta Tierra.
Se
levantó un murmullo general.
-¡Viene
de la Tierra! – decía una coliflor a una berenjena.
-¡Viene
del planeta asesino! – exclamó una calabaza.
-¡Es
un criminal! – gritaba una judía toda peripuesta con un gorrito en la cabeza.
-¡Orden…!
¡Orden…! – Volvió a gritar el Juez - ¡Silencio!
Intervino
el Fiscal.
-Pablo,
se te acusa de intentar comerte a uno de los habitantes de este planeta. ¿Tienes
algo que alegar?
-Señor
Melón, - se dirigió Pablo al Juez – yo no sabía que las frutas y verduras
podían hablar y caminar como nosotros. Sentí hambre y al ver a Dª Manzana en el
suelo, la cogí para comerla, pues mi mamá dice que tiene muchas vitaminas…
-
¡Lo reconoce! – Gritó el Juez - ¡Es culpable!- Dictaminó rápidamente.
-¡Culpable!
¡Culpable! – gritó el resto del Tribunal.
-¡Esperad!
– Gritó D. Tomate, que era el Abogado.
Pablo
se echó a llorar. Todos los allí presentes, abrieron los paraguas. D. Tomate,
continuó con su defensa.
-¿No
veis que es un niño? En su planeta se nos come, sí. Nuestros colegas
semejantes, no pueden hablar y protestar, tampoco caminar como nosotros. Son
familiares poco evolucionados. Los humanos necesitan de nosotros para su
subsistencia. Si él hubiera nacido en este planeta, sería distinto. Habría
aprendido que no tiene necesidad de comernos ya que su organismo extraería lo
necesario en otras fuentes de nuestro suelo.
-Nada,
nada… es culpable – Gritó D. Pepino, aguantando el chaparrón que le cayó encima
de los lagrimones de Pablo. - ¿Cómo vamos a dejar libre a un humano? ¡Correrían
peligro nuestras vidas continuamente!
-Sí,
sí… - Gritaron el resto de los asistentes.
-¡Orden…!
¡Orden…! – volvió a vociferar el Juez, cortando rápidamente el alboroto
formado. Seguidamente dijo: - Pablo, este Tribunal, por unanimidad, te condena
a ser abandonado en el Valle del Volcán Apagado, donde morirás de hambre y sed,
o a merced de los Pinchapincha.
Rápidamente,
todas las frutas se abalanzaron sobre él. Y con costosos esfuerzos,
consiguieron maniatarlo. Pablo, fue conducido al lugar mencionado. Allí le
abandonaron.
Vio
como orgullosas, las frutas y verduras, se perdían en el horizonte. Se sintió
muy solo. ¿Qué había hecho? Se había escapado de casa y ahora estaba en ese
lugar desconocido. Todo era árido. No había plantas, ni nada que se le
pareciera. Piedras y más piedras de color negro, junto a un volcán apagado.
-¡Yo
quiero irme a casa! – Gritaba - ¡Ayudadme a ir a casa!
Pero
nadie le escuchó. Se metió en una cueva, se echó al suelo cansado y se desmayó.
Cuando
al cabo de un rato recobró el sentido, presintió que le espiaban unos ojos. Se
quedó quieto, encogido en un rincón, detrás de una roca. De pronto, el suelo
cedió bajo él y cayó, cayó… hasta que algo mullido y suave, le frenó. Se quedó
sorprendido al verse rodeado de puntiagudos alfileres con grandes ojazos
saltones.
-¿Quiénes
sois? ¿Me vais a hacer daño? – Preguntó asustado.
-Somos
los Pinchapincha, y no queremos hacerte daño. Vivimos en el fondo de este
volcán apagado, ya que las frutas y verduras nos prohibieron salir al exterior
amenazándonos con activarlo y fundirnos a fuego vivo. Pero no te preocupes,
sabemos lo que te ha pasado y queremos ayudarte a volver a tu planeta.
Los
alfileres se portaron muy bien con Pablo y se hicieron muy amigos. No era justa
la fama que tenían de malvados y peligrosos. Ellos no tenían la culpa de ser
tan puntiagudos.
Como
un importante invitado, le agasajaron y condujeron a través de grutas maravillosas
llenas de colores mágicos, brillantes y paredes de deliciosos sabores. Había
piedras preciosas extendidas por los suelos y una clara luz iluminaba todos los
pasillos por los que cruzaban. Por fin, llegaron junto a un ancho río
subterráneo, del que pudo beber de sus aguas dulces.
-Mira,
Pablo – le mostraron los Pinchapincha – este rio que ves, puede conducirte al
exterior. Ten esta barca que hemos construido y ve con cuidado, no vaya a ser
que despiertes al Rey Glu de las profundidades. Si logras salir fuera, te
encontrarás cerca de la explanada donde abandonaste el vehículo que te trajo a
nuestro mundo.
Pablo,
subió a la balsa. Prometió seguir las instrucciones de los Pinchapincha y
cogiendo los remos, se despidió de aquellos nuevos amigos.
No
bien había avanzado unos metros, cuando se formó bajo él, un fuerte remolino de
agua. El niño luchó con todas sus fuerzas, pero al final cedió agotado. La
barca volcó y se hundió en las profundidades.
-¡Mamá…!
¡Mamá…! – gritaba asustado, llorando porque no sabía nadar.
Mas,
¡oh, maravilla! ¡Podía respirar bajo aquel líquido!
Un
pez grande y mofletudo, con una corona en la cabeza y cubierto por una capa, se
acercó montado en un caballito de mar, rodeado de más peces de formas extrañas.
-Glu...
¿Quién eres tú? ¿Qué haces en mi reino?
Comprendió
que se hallaba ante el Rey Glu, así que pensó ser prudente y contestarle:
-Perdonad,
majestad, que me haya introducido en vuestro territorio. Me llamo Pablo, y sólo
quiero encontrar la salida para volver a mi planeta. Un fuerte torbellino volcó
mi barca, y aquí estoy. Eso es todo.
-Bien,
glu… ¡Sígueme, glu! – ordenó el Rey.
Sin
quererlo ni desearlo, Pablo se vio escoltado por centenares de pececillos hacia
un castillo de coral. Ya dentro de él, el Rey Glu, si dar explicaciones, gritó:
-¡Que
se lo lleven de aquí, glu! ¡A las mazmorras con él, glu! ¡Gluuu!
Pablo
estaba muy triste. Quería volver a su casa y se daba cuenta de que le iba a
resultar muy difícil salir de allí. Le habían metido en una cárcel oscura y
tenebrosa. Había un pulpo muy grande fuera vigilando.
Se
preguntaba qué querrían hacer con él cuando oyó una voz que le saludaba.
-¡Hola!
¿Cómo te llamas! Yo soy Filo, del país de los Pinchapincha. ¿También te encerró
aquí el Rey Glu sin motivo alguno? Es un bicho malo.
-Hola,
le contestó nuestro amigo sorbiéndose los mocos. Soy Pablo y vengo de la
Tierra. Al principio me pareció divertido el viaje, pero ahora, ya no me gusta…
quiero irme a casa.
-¡Pues
sí que estamos bien! – Exclamó penosamente Filo – Si esperas salir de aquí, ni
lo sueñes. Las pareces son de un coral tan duro que ni yo, que llevo más de dos
años encerrado aquí, he podido romper con la punta.
-Chisss…
¡calla! – dijo Pablo – Se acerca alguien.
El
pulpo, con cara de no muy buenos amigos, abrió la puerta y les dijo:
-Salid
de ahí. El Rey Glu quiere veros.
Y
les condujo a su presencia. -Bien, glu…, bien… No sé qué voy a hacer con
vosotros, glu… ¡Siempre rodeado de espías, glu! – Exclamó el Rey furioso -
¡Todos quieren, glu, apoderarse de mi tesoro! ¡Vosotros, glu, no sois
diferentes, glu! – Les miró amenazadoramente.
-Pero,
majestad… - replicó, Pablo – nadie quiere haceros daño…
-¡A
callar, glu! – Pegó un salto el Rey dándose con la cabeza en el techo y
haciendo rodar la corona por el suelo. - ¡Aquí sólo habla, glu, quien yo
quiero, glu…!
-Pero
eso no es justo – protestó Pablo – No está bien.
-¡Habla,
bocazas… glu! ¡Porque yo lo digo! – Dejó bien claro el Rey mientras se
acomodaba la corona.
-Majestad,
si fuerais un Rey bueno, sabio y tolerante, nos dejaríais en libertad, pues no
podéis probar nada en contra nuestra. Y si, además, fuerais más inteligente, os
uniríais al país de los Pinchapincha, así se acabarían vuestros temores de ser
robado. Ellos os defenderían desde el exterior y, a la vez, ensancharíais
vuestras fronteras. Seriáis un Rey más poderoso. Ambos países se beneficiarían.
Todo acuerdo amistoso es bueno.
-Glu,glu,glu…
reconsideraré lo que dices, glu – contestó el Rey sin perder su arrogancia.-
Parece que no eres un ladrón, glu... y lo que dices tiene sentido, glu… ¡Qué
corcho, glu! ¡Yo soy muy inteligente, glu! – Subrayó con altanería - ¡Que se
retiren mientras pienso, glu!
Pablo
y Filo, fueron encerrados, nuevamente, en la celda.
El
Rey Glu, reunió a todo su Consejo de peces y expuso la idea de unirse a los
Pinchapincha, como suya. Acabada la sesión, hizo traer a los prisioneros.
-Bien,
glu – Se dirigió el Rey al alfiler – Vuelve a tu país, glu y entrega este
mensaje que te doy, glu… Mi reino está dispuesto a pactar con el tuyo, glu. He
dicho, glu.
Luego,
dirigiéndose a Pablo, le puso una aleta en el hombro y habló así:
-En
cuanto a ti, jovencito, glu, has hecho que abriera los ojos, glu, y
comprendiera cuán injusto puedo llegar a ser, glu. Gracias a ti, glu, los
Pinchapincha no temerán más, glu, al país de las frutas y verduras, glu, ya que
si les amenazan con fuego, glu, mis aguas lo apagarán, glu. Vete, pues, glu.
Eres libre, glu.
Muy
contento porque había logrado unir a dos pueblos distintos, Pablo subió, por
fin, a la superficie. Siguió el curso del rio. No tardó mucho en entrar en el
país de las frutas. Debía de andar con cuidado si quería llegar a la burbuja
sin que lo vieran.
Entre
unas malezas, medio escondida, se hallaba la esfera posada. Corrió hacia ella
justo en el momento en el que un enorme plátano policía, le descubrió.
-¡Alto!
¡Alto a la Ley!
A
duras penas pudo llegar a introducirse dentro. La burbuja, al instante,
emprendió el ascenso. Abajo, alertados por el grito del plátano, se habían
vuelto a reunir todas las frutas y verduras, quienes se quedaron mirando,
asombradas, cómo se escapaba y alejaba en las alturas. Ya en el espacio, le
esperaba el pequeño ser de la moto-meteorito, quien, nuevamente, empezó con su
voz rayada: -¡Sígueme! ¡Sígueme! - Pasaron junto a la Luna. Ésta había cerrado
los ojos y dormía placenteramente. El Sol se había despertado y le saludo con
uno de sus rayos.
El
ser verdoso que le conducía, volvió a desaparecer al llegar a las proximidades
de la Tierra. La burbuja se movió con gran rapidez e introdujo al niño en su
cuarto, justo en el momento en que la madre abría la puerta.
-¡Buenos
días, hijo! ¿Has dormido bien? ¡Hala, a levantarse que hay que ir al cole!
-¡Uff…!
¡Por poco me pilla! – pensó Pablo. Luego, abrazó a su madre y les dio un beso
muy grande. Mientras se vestía, pensaba si habría sido todo un sueño. Miró por
la ventana… ¡No! No había sido imaginación suya, aún veía a la burbuja
alejándose en el cielo. Y sintió unas ganas enormes de comer fruta… Corrió a la
cocina, y le dio un mordisco grande a una manzana. Su madre sorprendida,
observó, cómo Pablo, desde aquel día, comía con placer todo tipo de frutas y
verduras…
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario