Ana María del pasado y la triple Ana María del presente
PRESENTA A SUS SERES MÁS AMADOS
Mis padres
Mi maravilloso hijo mayor, luz en mi camino.
Mi hija: alegría, payasa y apoyo incondicional.
Alegría y unión que trae el hijo menor.
Francisco: Apoyo, seguridad y amor que nos brinda
Mi nieto Izan, pedacito de mi alma en eterna primavera
Amado Javi: Hijo postizo de la familia con Laura y Amelie.
Nuestros amados y fieles compañeros: La difunta Bola, su hija; Lur, y Bombón
Hermanos unidos por el amor al ARTE : Música y Letras
Mi hermano mayor, discreto apoyo en los duros momentos.
Mi hermana Ruth de la que he aprendido muchas cosas
Mi escondido hermano Antonio (Indiana Jones de la familia)
y su hijo Norvi Antonio (muy querido, con grandes valores)
LOS SOBRINOS MÁS MARAVILLOSOS.
APOYO, DEFENSORES Y CONSEJEROS. SIEMPRE ESTÁN AHÍ.
Mis queridos primos Saúl y Maribel
Y siguen los primos: Paz y César
POEMAS A MI FAMILIA
EL
SUEÑO DE LOS JUSTOS
(a mi padre)
¡Silencio,
rodantes de frágil chapa!
¡Silencio,
que ya el padre duerme!
Su sueño es
pesado,
dentro del
frío nicho.
¡Ay, Dios,
qué reposo y gran dicha!
¡Su alma tan
despierta!
Tan llena de
saberes
que agita la
mía.
Tras el muro
me espera.
Me espera,
tras el muro.
Deben ir y
venir torvas visiones,
pues ya me
veo de su mano.
Batalla dura
la de esta vida.
Liberada me
veo con él,
aclarando la
conciencia
sin empollar
los finales.
Que no soy
anciana, ni vieja.
Que sólo soy
una niña,
que espera que
la despierten
con un
tornado de alba.
Duerme el
sueño de los justos,
de los que ya
libraron sus batallas.
De los que
por fin la luz vieron
y
descansaron.
Con expresión
de gozo me saluda
detrás de esa
pared tan blanda.
Un poquito me
acerco y salto.
Le doy un abrazo.
De reojo miro
como se ve todo
desde el otro lado.
Gris, gris…
Pasta humana que me asusta.Él sonríe leyendo mi alma.
Sus manos en mi rostro
apartan las lágrimas
y susurra a mi oído:
Las avecillas vuelan y pasan.
Cosas viejas y olvidadas.
Corona divina la que siento,
corona que me regala con su aliento.
La vida es dulce y todo mal acaba.
Vuelve con ellos, yo te espero.
MI
PADRE
Cómo recuerdo
aquella noche
en que con
tenue luz
mi padre se
sentaba a mi lado
y escuchaba.
Cómo recuerdo
aquellos días
en su sillón acomodado,
con un libro
de hojas gastadas,
leía…
y el aire era fino, muy fino.
Cómo recuerdo el terrazo fresco,
salteado de
motitas de colores
donde el
polvo se escondía,
las pisadas desaparecían…
y sus
zapatillas a cuadros.
En el
hospital estaba.
Su voz era lo
primero que oía.
Aún guardo su sonido tierno…
y no tuve
conciencia de ello.
No sé cómo se
enteraba,
cada vez que
a oscuras me sentaba.
Buscaba a
seres que me amaran
y era él
quien a mi lado estaba.
Amor de
padre,
curva blanda
en mi alma.
Vela
encendida que me encuentra.
Me abraza con
ternura
y calma las amarguras.
Viajero
empedernido,
con sabor de
lo nuevo.
Cadena
infinita que no se rompe.
Subió hasta
las blancas ciudades de otro mundo.
Quedó
prendando en un cielo
de sabios y
dioses.
Y aquí estoy yo,
esperando
a que un día
aparezca,
me abrace y
diga:
Ven
aquí, hija mía.
DE LA MANO DEL INFINITO
(a mi
madre)
Estoy demasiado cerca,
siento su pensamiento
tan fuera del cuerpo ,
que del cielo cae
como hojas muertas.
Busqué, busqué…
pero
ahí no estaba.
Por fin hallé al ocho
tumbado,
el infinito que anhelaba.
Le di la mano para que me
guiara.
Dos ojos que se cruzaban.
Parecía juguetear con mi
alma.
Con tierna mirada veía
a una dulce anciana.
Por siempre y para siempre
maternal inmortalidad,
la imagen de la madre.
Lazo tumbado,
cordón que del cielo es
apretado.
Y en discreto silencio,
ahogos de respiros.
Lo da todo y no tiene nada.
Y desde ese absoluto ocho,
su alma a la mía se enreda.
Acolchado no hallaré más blando,
ni brazos que acurrucan,
ni mar abierto
en noche de Luna.
Vine y noté
que su presencia acogía,
calor de hogar.
EL
EPIGRAFISTA
(a
mi hijo Ángel Antonio)
Faltos los antiguos
de los medios de publicidad,
que con el invento de la imprenta
empezaron a tomar,
con el grabado sobre piedra
o en planchas de metal,
transmitían los sucesos
sin importar quienes las órdenes dan.
Fueran reyes, conquistadores,
hombres ricos o siervos pobres.
Gusto fue de los antepasados
adornar con sus hazañas
los mejores edificios,
las tumbas y los templos.
Pueblos hay que no han dejado
más recuerdo de su lengua,
ni más base de su estudio,
que los epigráficos grabados
en los monumentos hallados.
Y hasta los clásicos filólogos
deben grandes servicios
a esta ciencia tan diestra
de vitalidad grandísima
que resiste con gran fuerza.
Frutos son para la historia,
y alto merecedor de recompensa,
el desconocido epigrafista
que al arqueólogo acompaña.
Espartano en su trabajo.
Con su lupa y brocha fina,
soporta calores y fríos;
ventiscas y sinsabores.
Camina por planicies,
barrancos y desiertos.
Sus pies cansados
no cesan de andar,
hasta encontrar las letras
que ha de investigar.
Entre ruinas y hallazgos,
abre un portal olvidado
que une el presente y el pasado.
Y piensa solo ante la piedra:
“Para que cause placer,
el epigrama ha de ser,
pequeño, suave y punzante a la vez”.
Y tras haber realizado la autopsia de la mole,
puede ver dos grafías.
Con el trazo intermedio muy corto,
y el último un poco largo
y no excesivamente inclinado.
Todo ello con fino punteado.
¡Vaya! ¡ambas sigmas son de tres trazos!
El epigrafista se retira.
El Sol ya se ha escondido.
Allá en el cuarto de su casa,
continúa con su andanza.
Y nadie sabe que allí,
entre papeles, fotos, piedras y
trastos,
trabaja un gran sabio sin descanso.
CUPEANDO
(a
mi hijo Ángel Antonio)
Cupeando por
cinco cuerpos.
Hoy hay
máquinas que mueven diez.
Haz
pentamúsculos mientras creas
monumentos de
piedra
en forma de
barril.
Mas en el
entender del siervo,
cenizas bajo
los pies.
Agridez de un
mundo
de cabritos
de oro
que ocultan a
sus muertos
dentro del
tonel.
Y tú,
transportando la piedra,
soportando
trabajos pesados,
sonríes y
bromas haces a tu alma
con ese
amargo cupeando
que por cinco
y cinco más,
te hacen
trabajar.
EL
AMOR MÁS PERFECTO
(a mi hija Elena)
Se dio la
vuelta
y ahí
encontró parte de su cerebro.
Cordón de
plata que la unía
a un valle
boscoso y empinado.
Por todas
partes las dudas,
por todas
partes los temores
y mientras
crecía el pensamiento,
su cuerpo se
agitaba dentro.
Carcasa que
le balanceaba
como
pajarillo en un templo.
¡Arriba, mi
niña!
¡Aclara ya tu
mirada!
Deja los
libros arrinconados,
en este
primer dorado de tu día.
Que no hay
voz que iguale,
ni amor más
perfecto
que la
blandura del corazón
de una madre.
Inamovibles
sentimientos.
Cantos
acompañados de ecos.
No preguntes
más a tus soledades,
pues roca
blanca te acompaña.
Lamparilla
que abre grietas grises
del dormido
mirlo que acuna.
Querría que
mi amor vieras en ello,
con paciencia
y cautela,
sin heridas
los proyectos de sueños
de un corazón
que aguarda,
sin trampas
ni bengalas.
ÁFRICA
NIGERIANA
(a
mi hija Elena)
Por fin
desplegó sus alas,
tan grandes,
tan majestuosas…
Todo poder
que volteó al mundo,
caracoleando
con una pluma.
Y en su pecho
clavada,
purpurea flor
cuyas corolas
rompían el capullo.
Un solo
cálamo por timón
en velocidad desorbitada.
Toda una vida
transcurrió en segundos.
Norte y Sur
se encontraron
en un África
desconocida.
A sus pies se
extendían,
banderas
desmembradas
sobre alturas
robadas.
Yermos
paisajes que cruzaba.
¡Cuántos
proyectos
portaba con
infinita gracia!
Medio sol
amarillo
que le
recibió en silencio.
Jamás sintió
que hubiera llegado.
Que
descendiera a esa tierra.
Que oliera
con nariz de perro.
¡Tanto
trabajo!
¡Buscar pan y
vino
como en una
cuesta despacio!
Yo erigiré
ese modesto museo.
Abriré las
puertas del conocimiento.
Sembraré
semillas de pan al pueblo
y enseñaré el
trabajo moderno.
Y mientras
cavilosa hace su descenso,
pasa la
anciana con su peso
en arqueada
espalda.
Instante,
en el que sus
plumas cayeron.
Sólo quedó la
purpurea flor
que quiso gritar
por todos.
EL
COCHE NUEVO
(a
mi hijo Pablo)
Creo recordar
que hoy vas a
recoger
el nuevo
coche.
Creo recordar
que no le
diste importancia.
Uno más de
tantos
que por tu
vida pasaron.
Anciano o
viejo te veo,
con ese
pensamiento tan seco.
Disfrútalo
como si fuera el primero.
¡Vuélvete
muchacho,
por un
momento!
Recuerda ese
día
en el que
abriste la puerta
de un mágico
cuatro ruedas.
Recupera por
un instante,
ese fragmento
de tiempo.
Hoy creo
recordar,
que vas a
recoger
el coche
nuevo.
Y quiero que
lo veas,
como ese
maravilloso vehículo
que conducía
un jovenzuelo.
Ahí ganaremos al tiempo.
Correremos
aventuras,
descubriremos
lugares nuevos
y puede que
en el asiento de atrás,
hagamos
confidencias
como no lo
hicimos nunca.
No hables con
voz de anciano,
olvídate de
tu apariencia.
No digas que
este es uno más…
No, este es
el coche,
que a mi te va a acercar.
NIÑO DE
CRISTAL
(a mi nieto Izan)
Qué dulce
mirada tienes
mi niño de
cristal.
Tan dulce que
ni te das cuenta
que ya
entraste en esta vida.
Qué dulces
son los clamores del mar
cuando cantan
a un recién nacido,
arrullos de
blancas espumas
regalos que
le dan.
Que viniste
de una claridad abierta,
a una tierra
de sombras
donde el
lenguaje no entiendes,
más sí de
besos, de risas y caricias.
Qué dulce tu
piel al tacto.
Qué fino
vidrio de luna eres.
Si pudiéramos
ver con tus abiertos ojitos,
cuántas cosas
descubriríamos.
No temas mi
niño.
No te
fragmentarás en pedazos.
También
tendrás un lugar en la sombra
donde los
mortales vivimos.
Que viniste
ya con tu escudo,
de color de
luz y vida
para mostrar
tu sabiduría
a los que se
perdieron en la umbría.
Sin casi ya
saberlo,
tus ojos son
estrellas para los que te miran.
Y acurrucado
en brazos de tus padres,
haces que
sueñen con perderse en el cielo.
Y ya con tu
caminar incierto,
gritos que
lanzas de protestas.
Sonrisa
traviesa que muestras
para hacerte
notar en esta vida.
Pequeño
sabio.
Recién
llegado.
El amplio
mundo,
te saluda.
EL
NOGAL
(a Francisco)
A tus pies he
sentido la fronda espesa.
Tu aura
palpable y luminosa.
Te he buscado
nogal, en mis días tristes.
Me he
cobijado a tu lado
cuando mi
alma se curvaba leve.
Tú te agitas
y pareces brillar,
mientras
trepo por las ramas.
Son caricias
que lleva el viento.
Te estiras y
elevas la copa al cielo.
Te haces
alto, poderoso.
Árbol fuerte
de mucha renta.
Que no
necesita ser visto;
tu
humildad, es tu grandeza.
¿Por qué el
rayo quebró el tronco?
Escondes tu
fortaleza
bajo tus
hojas.
Sombra
acogedora.
Protectora de
amarguras.
Ocultas las
tuyas
como dones
que acompañan.
Belleza de tu
porte.
Inspiración y
compañía.
Inmenso
placer crecer juntos.
¿Por qué el
rayo quebró el tronco?
Tus semillas
son aceite,
que alimenta
nuevos brotes.
El daño que
te hacen,
lo devuelves
con cuencos
de sabias
nueces.
Virtud tienes
de conservar la conciencia
y mantener la
sobriedad,
aunque el
dolor te acompañe.
Siempre das
lucidez y confianza.
Tus mejores
frutos los traes con el tiempo.
¿Por qué el
rayo quebró el tronco?
Y si a un ser
humano te comparara,
yo diría de
ti, nogal
que sabes ser buen padre,
amigo, compañero
y caballero.
Autor: Ana María Lorenzo
@Derechos reservados
EL
TREN
(a
mi hermano Javier)
Hace días que
el tren recorre.
El traqueteo
es constante.
Una tras otra
pasan las estaciones.
Más grandes,
más pequeñas.
Anarquía de
grises y blancos.
Arquitectura
fantástica
la que la
velocidad muestra.
Y por el
pasillo, entre vagones,
una larga
procesión
de hombres y
mujeres.
Estoy cansada
del largo recorrido.
Me escurro en
la butaca,
cambio de
posición mil veces.
Y ese olor a
hierro tostado
del choque
contra los raíles,
con cierta
mezcla de humanidades
y campos de
lavanda
que por las
rendijas se cuelan.
Ahora el tren
se desliza suavemente.
Cruza un
túnel oscuro
para salir
hacia una luz emergente.
Parece un
Pegaso de acero.
¡Fuerte!
Con un
extraño sonido
a hueco
cascado,
se sienten
sus zapatos de hierro
caminando sin
descanso.
Hace días que
el tren corre.
Por mis ojos
pasan montañas y llanos.
Imágenes que
se suceden
tras el
cristal
y las brumas
de fuera.
Cada vez más
cansada.
Me veo sucia
y desarrapada.
Da asco ir al
baño.
¿Por qué la
gente es tan sucia?
No sé en qué
posición ponerme
para hacer
mis necesidades.
Y siguen
subiendo y bajando personas.
Ya no sé en
qué pensar.
Creo que ya
lo pensé todo.
Hasta analicé
en profundidad,
lo que era un
tren.
Alguien apaga
la luz.
Vuelve a ser
de noche.
Ahora la
oscuridad me llena.
No veo nada.
No siento el
cuerpo.
Me olvido de
lo que rodea.
Tanto me
olvido
que hasta no
sé quien soy
ni a dónde me
dirijo.
BAJO LOS ALGODONES
(a mi hermana Ruth)
Sobre las almohadas del dolor,
ese algodón sobre los ojos
que con suavidad limpia
un cerrar estropeado.
Pensamos que no caen
los pájaros del cielo,
que la batalla es nuestra
y nuestra la victoria.
Algodones en los ojos,
y en lo oscuro.
Los días eran hojas caídas,
en un hospital retenida.
Al entreabrir los párpados,
nebulosa figura leyendo
en una semipenumbra cerrada,
absorbiendo su mirada
el hilo de luz que entraba.
Distorsionada vista pegada
por legañas secas.
Dolores de cabeza
y Ruth sentada junto a la ventana.
De cuando en cuando,
volvía con sus algodones.
Espigas que iba recogiendo
de un campo ya arado,
como en el pasado.
Lamento, los años de malezas.
Lamento, los muros creados.
Lamento,
¡tantos silencios…!
Mientras tú,
espigas recogías.
Y bajo esos algodones
que se paseaban entre las pestañas,
pensaba que nunca, nunca…
leerías los versos que te escribiera.
ASIA ENTRE MUROS
(a mi hermano Antonio)
Con los ojos fríos,
y el cuerpo destemplado.
Vi romperse poco a poco,
trozos de pared
formando un círculo.
Y Buda estaba cerca
tras aquel agujero,
puerta de un templete.
Y Brahma sonreía.
En lo alto de las stupas:
cuatro caras iguales,
mirando a los puntos cardinales.
¡Claro! Brahma
era la forma creadora.
Todo aquello le pertenecía.
Y Buda con su tesis de bloquear
cualquier apetencia,
pretendía ser llamado
y fundirse con aquél.
Conseguir la liberación,
la definitiva beatitud.
Un bonzo apareció.
La mancha amarilla de su túnica
recordaba la paja de los carros.
¡Qué extraño!
Su misión religiosa, trascendente…
me había devuelto a la realidad
de un cuarto cuadrado,
con un gran boquete en el muro.
Cerré y abrí los ojos,
no fuera fruto de engaño;
de una visión jugadora,
de una mente cansada.
Mas al volver abrir los párpados,
persistía el agujero.
Me senté en el sillón
como si de una película se tratara.
Encendí un pitillo
y dejé que las imágenes se sucedieran.
¡Oh! ¡Qué curiosa transfiguración
de aquél que nos gobierna!
Su ronca voz salía ahora casi con humildad.
Tartamudeaba un poco.
Estaba emocionado.
También los reyes y gobernantes,
tienen momentos de ser humanos.
El sol iniciaba su ocaso
y aquello se antojaba una mutilación.
Era una pena que el goce puro
no fuera un instante eterno.
Pena, que todo siguiera su ciclo,
como si la película acabase.
Como si al llegar a la cúspide
todo declinara,
al igual que las dinastías,
como la vida de cada hombre.
Y veía con cierta tristeza,
niños rebuscando en basuras;
niñas vendiendo refrescos.
Pronto crecerían.
Y un buen día,
sus propios padres,
los venderían o prostituirían.
Eso hace la miseria
convirtiendo en mujeres y hombres
a tiernos niños con hambre.
Era una desfachatez
que mientras la abertura permanecía
amplia, despejada, descubierta…
mostrando sus imágenes,
monos, centenares de monos,
brincaban y pegaban saltos.
Y yo entendía sus chillidos:
Mira esta Camboya abierta.
Mira las palmeras a lo lejos.
Mira nuestros Budas ahí sentados.
Un día llegarán las lluvias
y todo esto quedará anegado.
Aquí se muere bajo las estrellas.
No supe si llorar o reír.
Se cerró el agujero.
Era noche de cielo abierto.
EL GRAN CONCIERTO
(a mis hermanos: Hans K., Rubén y Mercedes)
Marcó un compás en silencio con la batuta.
La orquesta empezó a desgranar
el solemne preámbulo de la obra.
Unos tremolandi
de la cuerda baja,
como negros nubarrones,
llenaron el auditorio de presagios siniestros.
Parecía que iba a estallar
una tormenta musical.
mas la orquesta inició un rallentando
y se detuvo ingrávida
sobre el acorde de séptima dominante.
Entonces, hizo su entrada el violín.
La batuta voló por los aires
entre las cabezas de los chelos,
y como dardo de cerbatana,
por una de las escotaduras
del primer contrabajo.
El pizzicato de acompañamiento
sonaba pusilánime, encogido, ñoño…
Señores, estamos tocando a Paganini,
no a Boccherini.
Siglo XIX, no XVIII.
No quiero un minueto galante,
quiero que las notas suenen rotundas,
desafiantes…
¡Que los contrabajos rujan como galernas!
“Las
brujas” es un concierto,
un concertare
al igual que batallar.
¡Esto es una guerra!
y en una
guerra gana el más fuerte.
Rugieron los instrumentos.
La sala fue taladrada por sonidos.
Eructos de golpes de notas.
La orquesta entregada.
El director se desmelenaba.
EN
EL PUERTO DE COPENHAGUE
(a mi hermano Hans kristian)
Allá
atracaban los barcos,
en noche fría
y de neblinas.
Las cargas
las iban dejando,
en el puerto
de Copenhague.
Hombres
recios y grúas altas,
descargando
contenedores de hierro.
No hay
descanso y sí premura.
Y sombras de
embarcadero.
Farolas de
tibias luces,
en
tonalidades amarillentas
que a la
bruma volvían azufre.
Allí pensé en
un instante,
si era cosa del
destino
dejarme en
esos mares.
Frío los
dedos
bajo los guantes rotos,
en la cabeza
un gorro
de lana vieja.
Al pronto vi
unas imágenes,
que en leve
ensueño pasaban.
Vírgenes
vestidas de nieve
esperando
estáticas en lo alto.
Flotaban en
la densa niebla,
átomos leves
de sugerencias.
Dejé el cabo
que sujetaba
y me alejé
andando.
Entendí que
ese no era mi sino.
Campos verdes
me esperaban.
Luces de ojos
nuevos brillaban
y en mis
dedos una pluma
mostrando
cómo las letras
se juntaban.
MÚSICA EN EL FORO
(a mi hermano
Rubén)
Velocidad y
armonía,
así caían sobre
las teclas,
dedos dóciles,
pesados…
en un Bach que
sonaba a misa,
a densidad de
iglesia.
Aire de música
en un Foro romano
que acoge
ejecución rápida,
brillante
de los
pentagramas escogidos.
Y puede ser que
en un instante,
la memoria se
pierda en el blanco
de un vacío de
nieve fría.
Traición que
camina
hacia la aciaga tecla.
Silencio que
pesa,
como si piedras
cayeran encima,
hasta que otra
vez el impulso
estrella los
dedos
sobre el teclado.
La misma furia,
los mismo sudores
y la extremidad
tan tiesa y blanda
como antes.
Escollos que se
superan,
la pieza comienza
a ganar.
Y Bach suena a
Bach…
Como en océano
encrespado,
se hunde en el pentagrama.
Las manos se
afirman,
se apoderan…
Los tendones se
estiran y encogen…
Las yemas
acarician
el blanco y negro
pulido
de un piano de
semicola.
Notas que vienen
y van,
que corretean por
el aire
y desaparecen
tras él.
Roca fría,
ancestral piedra
que escucha en
silencio,
en retenida
música
como ventosa al
cuerpo.
COMO
LA SEDA
(a
mi hermana Mercedes)
Débil como
tierno brote.
Pequeña,
dulce… muy suave.
Frágil
cristal que se rompe.
La hicieron a
retazos
pero se
olvidaron de negar,
la placidez
en sus ojos.
Lagos
serenos, amables…
de una vista
en semipenumbra.
De sus blancos
y finos dedos
surgen
finezas, melodías y arte.
Armazón
quebradizo
que como su
alma se hiere fácilmente.
Y siempre, en
austera discreción,
sonrisas y
carcajadas.
Dime si
lloras mirando a las estrellas
o quizá te las imaginas
y con las
manos las tocas.
Luz que baja
del cielo,
directa a su
cabeza.
Del piano
arranca sentimientos
con sonidos
magistrales.
Y cual música
de su boca,
pétalos de
rosas
caen
aliviando otros dolores.
Todo eso… y
más que me dejo,
pues Seda le llamaron
por querer
compararla a algo.
Poca delicadeza
tuvieron,
cotejar su alma
con la suave
tela.
Besar las
manos quisiera,
seguir sus
huellas profundas.
Pues a través
de su apariencia,
hay alguien
fuerte tras ella.
Llegarán
más primaveras.
De los huesos
saldrán ramas,
flores
fuertes que sobreviven
en su rincón
de bellezas.
Mariposa que
vuela.
Rosa de
pitiminí
que extiende su aroma.
AZUL
Y GLOBOS
(a
mis sobrinos Marta, Sara, y David)
Globos en el
cielo,
me vienen con
sabor a cierzo.
Aires de
fiesta y regocijo,
sujetados con
cuerdas.
Perdidos
entre las nubes,
desafiando
los vientos.
Y cada vez
más altos,
rozando un
azul de cielo.
He chocado
contra las paredes,
de un blanco
roto de cal cortada,
y ahí
estabais vosotros
con vuestro
globos de sueños.
Atentos.
Solidarios
como abejas.
Mirando el azul del techo
y tendiendo la mano.
Jóvenes sin
niebla.
Sobrinos de
la vida.
Dueños de sus luces y sombras,
y con sus
globos en lo alto.
Parecen que
no existen
porque lejos
se hallan.
Mas en barca
de fuego,
navego a su
encuentro.
Frágiles
imágenes que en el horizonte veo.
Globos y más
globos…
que acompañan
a mi credo.
Y no es flaco
el amor que muestran.
Os he dejado
pensando cosas.
Ojalá penséis
en mí un rato,
cuando
hinchéis con vuestra vida
esos
hermosos globos.
Azul y cielo
Azul y globos
Globos…
regalo globos.
(A mi tía María, fallecida 15-09-2012 a los 100 años de edad
y primos Maribel y Saúl; Paz y César)
Hielo en un mundo cálido.
Desde el principio de los tiempos,
la noche duerme.
Una hoja se va.
El viento sopla.
Y refleja la Luna
la verdad que no se quiere ver.
Que éste es un mundo de rocío
donde las lágrimas cubren al Sol.
Nos oscurecemos.
Nos plegamos.
Nos acartonamos.
Hasta despertar al verdadero día.
Y las flores se abren
para mi viaje al otro mundo.
Me pondré el mejor vestido,
de lunas y nieves,
de flores y amor.
Allí, donde el corazón nace,
allí te daré un abrazo.
Me verás bella;
te encontraré radiante.
Y dejaré que el viento lleve
Y dejaré que el viento lleve
los pesares que mi alma siente.
Hoy sopla el viento.
Mi sombra me lleva consigo.
Tu sombra tras de mi me besa.
Una noche corta
que parecía larga.
Pierdes la vida
y mueres ¡muy bien!
CARTA PÓSTUMA DE UNA PERRA
( a mi fiel perra Bola y Lur-Bombón)
Ya no habrá más correrías,
ni más complicidades,
ni más nada de nada…
No llores por mí.
Estoy bien.
Búscate nueva compañía,
con quien compartir,
a quien querer.
Superarás el momento.
Lo superarás.
Volveremos a estar juntas.
Cree en mí.
Pues lo mismo que hay un cielo
para hombres,
para animales, también.
Cuida al ama.
Me relamo de gusto
con el recuerdo de paseos,
juegos, caricias
y baños que me daba.
¡Qué ratos!
¡ Cómo gozaba ella
de mis danzas y saltos!
Y me llamaba…
¡Bola, ven aquí !
Y yo era feliz
porque me hacía caso.
Nos entendíamos.
Sabía lo que necesitaba,
y comprendía sus anhelos,
alegrías y tristezas.
Tanto es así,
que no hay mayor galardón,
que ser tratada con tanto amor.
Llegó aquel funesto día.
Las dos en silencio,
supimos de nuestro duelo.
Con respeto,
me dejó en el suelo.
Allí en el césped del jardín,
la miré, me miró,
nos miramos.
Volví la vista otra vez.
Observé la casa de mis amos.
Las dos supimos lo que iba a suceder.
Gran alegría fue,
cuando en sus brazos suspiré.
Su mano no dejó de acariciar,
el último latido vital.
Y yo sé que ella vio
mi espíritu partir.
Y lloró, lloró por mí.
Pero no sufras más,
amiga Lur,
te espero aquí.
Ya ves lo feliz que fui.
Y ahora estoy en la luz.
Sé que sabes, que no me ves
y yo sé, que no te puedo tocar;
pero notamos nuestras presencias,
percibimos nuestros olores
y nos lamemos los
corazones.
Aquí estoy viva.
Desde el cielo de los perros,
no os olvido.
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