Playa y arena

Playa y arena
SALUDO INICIAL

domingo, 25 de noviembre de 2012

FAMILIA (FOTOS Y POEMAS)




Ana María del pasado y la triple Ana María del presente


PRESENTA A SUS SERES MÁS AMADOS



Mis padres



Mi maravilloso hijo mayor, luz en mi camino.

Mi hija: alegría, payasa y apoyo incondicional.

  Alegría y unión que trae el hijo menor.

Francisco: Apoyo, seguridad y amor que nos brinda

Mi nieto Izan, pedacito de mi alma en eterna primavera


Amado Javi:  Hijo postizo de la familia con Laura y Amelie.



Nuestros amados y fieles compañeros: La difunta Bola, su hija; Lur, y Bombón



Hermanos unidos por el amor al ARTE : Música y Letras


Mi hermano mayor, discreto apoyo en los duros momentos.


Mi hermana Ruth de la que he aprendido muchas cosas


Mi escondido hermano Antonio (Indiana Jones de la familia)


 y su hijo Norvi Antonio (muy querido, con grandes valores) 


LOS SOBRINOS MÁS MARAVILLOSOS.
APOYO, DEFENSORES Y CONSEJEROS. SIEMPRE ESTÁN AHÍ.


Mis queridos primos Saúl y Maribel


Y siguen los primos: Paz y César



POEMAS A MI FAMILIA



EL SUEÑO DE LOS JUSTOS
(a mi padre)

¡Silencio, rodantes de frágil chapa!
¡Silencio, que ya el padre duerme!
Su sueño es pesado,
dentro del frío nicho.

¡Ay, Dios, qué reposo y gran dicha!
¡Su alma tan despierta!
Tan llena de saberes
que agita la mía.

Tras el muro me espera.
Me espera, tras el muro.
Deben ir y venir torvas visiones,
pues ya me veo de su mano.

Batalla dura la de esta vida.
Liberada me veo con él,
aclarando la conciencia
sin empollar los finales.

Que no soy anciana, ni vieja.
Que sólo soy una niña,
que espera que la despierten
con un tornado de alba.

Duerme el sueño de los justos,
de los que ya libraron sus batallas.
De los que por fin la luz vieron
y descansaron.

Con expresión de gozo me saluda
detrás de esa pared tan blanda.
Un poquito me acerco y salto.
Le doy un abrazo.

De reojo miro como se ve todo
 desde el otro lado.
Gris, gris…
Pasta humana que me asusta.

Él sonríe leyendo mi alma.
Sus manos en mi rostro
apartan las lágrimas
y susurra a mi oído:
Las avecillas vuelan y pasan.
Cosas viejas y olvidadas.

Corona divina la que siento,
corona que me regala con su aliento.
La vida es dulce y todo mal acaba.
Vuelve con ellos, yo te espero.




MI PADRE

Cómo recuerdo aquella noche
en que con tenue luz
mi padre se sentaba a mi lado
y escuchaba.

Cómo recuerdo aquellos días
 en su sillón acomodado,
con un libro de hojas gastadas,
leía…
 y el aire era fino, muy fino.

 Cómo recuerdo el terrazo fresco,
salteado de motitas de colores
donde el polvo se escondía,
 las pisadas desaparecían…
y sus zapatillas a cuadros.

En el hospital estaba.
Su voz era lo primero que oía.
 Aún guardo su sonido tierno…
y no tuve conciencia de ello.

No sé cómo se enteraba,
cada vez que a oscuras me sentaba.
Buscaba a seres que me amaran
y era él quien a mi lado estaba.

Amor de padre,
curva blanda en mi alma.
Vela encendida que me encuentra.
Me abraza con ternura
y  calma las amarguras.

Viajero empedernido,
con sabor de lo nuevo.
Cadena infinita que no se rompe.
Subió hasta las blancas ciudades de otro mundo.
Quedó prendando en un cielo
de sabios y dioses.
    
 Y aquí estoy yo,
esperando
a que un día aparezca,
me abrace y diga:
Ven aquí,  hija mía.






DE LA MANO DEL INFINITO 
(a mi madre)

Estoy demasiado cerca,
siento su pensamiento
tan fuera del cuerpo ,
que del cielo cae
como hojas muertas.

Busqué, busqué…
pero ahí no estaba.
Por fin hallé al ocho tumbado,
el infinito que anhelaba.
Le di la mano para que me guiara.

Dos ojos que se cruzaban.
Parecía juguetear con mi alma.
Con tierna mirada veía
a una dulce anciana.

Por siempre y para siempre
maternal inmortalidad,
la imagen de la madre.

Lazo tumbado,
cordón que del cielo es apretado.
Y en discreto silencio,
ahogos de respiros.
Lo da todo y no tiene nada.
Y desde ese absoluto ocho,
su alma a la mía se enreda.
Acolchado no hallaré  más blando,
ni brazos que acurrucan,
ni  mar abierto
en noche de Luna.

Vine y noté
que su presencia acogía,
calor de hogar.



EL EPIGRAFISTA
(a mi hijo Ángel Antonio)

Faltos los antiguos
de los medios de publicidad,
que con el invento de la imprenta
empezaron a tomar,
con el grabado sobre piedra
o en planchas de metal,
transmitían los sucesos
sin importar quienes las órdenes dan.
Fueran reyes, conquistadores,
hombres ricos o siervos pobres.

Gusto fue de los antepasados
adornar con sus hazañas
los mejores edificios,
las tumbas y los templos.

Pueblos hay que no han dejado
más recuerdo de su lengua,
ni más base de su estudio,
que los epigráficos grabados
en los monumentos hallados.

Y hasta los clásicos filólogos
deben grandes servicios
a esta ciencia tan diestra
de vitalidad grandísima
que resiste con gran fuerza.

Frutos son para la historia,
y alto merecedor de recompensa,
el desconocido epigrafista
que al arqueólogo acompaña.

Espartano en su trabajo.
Con su lupa y brocha fina,
soporta calores y fríos;
ventiscas y sinsabores.
Camina por planicies,
barrancos y desiertos.

Sus pies cansados
no cesan de andar,
hasta encontrar las letras
que ha de investigar.

Entre ruinas y hallazgos,
abre un portal olvidado
que une el presente y el pasado.
Y piensa solo ante la piedra:
“Para que cause placer,
el epigrama ha de ser,
pequeño, suave y punzante a la vez”.

Y tras haber realizado la autopsia de la mole,
puede ver dos grafías.
Con el trazo intermedio muy corto,
y el último un poco largo
y no excesivamente inclinado.
Todo ello con fino punteado.
¡Vaya! ¡ambas sigmas son de tres trazos!

El epigrafista se retira.
El Sol ya se ha escondido.
Allá en el cuarto de su casa,
continúa con su andanza.

Y nadie sabe que allí,
entre papeles, fotos, piedras  y trastos,
trabaja un gran sabio sin descanso.



CUPEANDO
(a mi hijo Ángel Antonio)

Cupeando por cinco cuerpos.
Hoy hay máquinas que mueven diez.
Haz pentamúsculos mientras creas
monumentos de piedra
en forma de barril.

Mas en el entender del siervo,
cenizas bajo los pies.
Agridez de un mundo
de cabritos de oro
que ocultan a sus muertos
dentro del tonel.

Y tú, transportando la piedra,
soportando trabajos pesados,
sonríes y bromas haces a tu alma
con ese amargo cupeando
que por cinco y cinco más,
te hacen trabajar.




EL AMOR MÁS PERFECTO
(a mi hija Elena)

Se dio la vuelta
y ahí encontró parte de su cerebro.
Cordón de plata que la unía
a un valle boscoso y empinado.

Por todas partes las dudas,
por todas partes los temores
y mientras crecía el pensamiento,
su cuerpo se agitaba dentro.

Carcasa que le balanceaba
como pajarillo en un templo.
¡Arriba, mi niña!
¡Aclara ya tu mirada!
Deja los libros arrinconados,
en este primer dorado de tu día.
Que no hay voz que iguale,
ni amor más perfecto
que la blandura del corazón
de una madre.

Inamovibles sentimientos.
Cantos acompañados de ecos.
No preguntes más a tus soledades,
pues roca blanca te acompaña.

Lamparilla que abre grietas grises
del dormido mirlo que acuna.

Querría que mi amor vieras en ello,
con paciencia y cautela,
sin heridas los proyectos de sueños
de un corazón que aguarda,
sin trampas ni bengalas.




ÁFRICA NIGERIANA
(a mi hija Elena)

Por fin desplegó sus alas,
tan grandes, tan majestuosas…
Todo poder que volteó al mundo,
caracoleando con una pluma.

Y en su pecho clavada,
purpurea flor
cuyas corolas rompían el capullo.
Un solo cálamo por timón
 en velocidad desorbitada.

Toda una vida transcurrió en segundos.
Norte y Sur se encontraron
en un África desconocida.
A sus pies se extendían,
banderas desmembradas
sobre alturas robadas.
Yermos paisajes que cruzaba.

¡Cuántos proyectos
portaba con infinita gracia!
Medio sol amarillo
que le recibió en silencio.

Jamás sintió que hubiera llegado.
Que descendiera a esa tierra.
Que oliera con nariz de perro.
¡Tanto trabajo!
¡Buscar pan y vino
como en una cuesta despacio!

Yo erigiré ese modesto museo.
Abriré las puertas del conocimiento.
Sembraré semillas de pan al pueblo
y enseñaré el trabajo moderno.

Y mientras cavilosa hace su descenso,
pasa la anciana con su peso
en arqueada espalda.
Instante,
en el que sus plumas cayeron.
Sólo quedó la purpurea flor
que quiso gritar por todos.





EL COCHE NUEVO
(a mi hijo Pablo)

Creo recordar
que hoy vas a recoger
el nuevo coche.
Creo recordar
que no le diste importancia.
Uno más de tantos
que por tu vida pasaron.

Anciano o viejo te veo,
con ese pensamiento tan seco.
Disfrútalo como si fuera el primero.
¡Vuélvete muchacho,
por un momento!

Recuerda ese día
en el que abriste la puerta
de un mágico cuatro ruedas.
Recupera por un instante,
ese fragmento de tiempo.

Hoy creo recordar,
que vas a recoger
el coche nuevo.
Y quiero que lo veas,
como ese maravilloso vehículo
que conducía un jovenzuelo.

Ahí  ganaremos al tiempo.
Correremos aventuras,
descubriremos lugares nuevos
y puede que en el asiento de atrás,
hagamos confidencias
como no lo hicimos nunca.

No hables con voz de anciano,
olvídate de tu apariencia.
No digas que este es uno más…
No, este es el coche,
 que a mi te va a acercar.




NIÑO DE CRISTAL
(a mi nieto Izan)

Qué dulce mirada tienes
mi niño de cristal.
Tan dulce que ni te das cuenta
que ya entraste en esta vida.

Qué dulces son los clamores del mar
cuando cantan a un recién nacido,
arrullos de blancas espumas
regalos que le dan.

Que viniste de una claridad abierta,
a una tierra de sombras
donde el lenguaje no entiendes,
más sí de besos, de risas y caricias.

Qué dulce tu piel al tacto.
Qué fino vidrio de luna eres.
Si pudiéramos ver con tus abiertos ojitos,
cuántas cosas descubriríamos.

No temas mi niño.
No te fragmentarás en pedazos.
También tendrás un lugar en la sombra
donde los mortales vivimos.
Que viniste ya con tu escudo,
de color de luz y vida
para mostrar tu sabiduría
a los que se perdieron en la umbría.

Sin casi ya saberlo,
tus ojos son estrellas para los que te miran.
Y acurrucado en brazos de tus padres,
haces que sueñen con perderse en el cielo.

Y ya con tu caminar incierto,
gritos que lanzas de protestas.
Sonrisa traviesa que muestras
para hacerte notar en esta vida.

Pequeño sabio.
Recién llegado.
El amplio mundo,
te saluda.





EL NOGAL
(a Francisco)

A tus pies he sentido la fronda espesa.
Tu aura palpable y luminosa.
Te he buscado nogal,  en mis días tristes.
Me he cobijado a tu lado
cuando mi alma se curvaba leve.

Tú te agitas y pareces brillar,
mientras trepo por las ramas.
Son caricias que lleva el viento.
Te estiras y elevas la copa al cielo.

Te haces alto, poderoso.
Árbol fuerte de mucha renta.
Que no necesita ser visto;
tu humildad,  es tu grandeza.

¿Por qué el rayo quebró el tronco?

Escondes tu fortaleza
bajo tus hojas.
Sombra acogedora.
Protectora de amarguras.

Ocultas las tuyas
como dones que acompañan.
Belleza de tu porte.
Inspiración y compañía.
Inmenso placer crecer juntos.

¿Por qué el rayo quebró el tronco?

Tus semillas son aceite,
que alimenta nuevos brotes.
El daño que te hacen,
lo devuelves con cuencos
de sabias nueces.

Virtud tienes de conservar la conciencia
y mantener la sobriedad,
aunque el dolor te acompañe.
Siempre das lucidez y confianza.
Tus mejores frutos los traes con el tiempo.

¿Por qué el rayo quebró el tronco?

Y si a un ser humano te comparara,
yo diría de ti,  nogal
que  sabes ser buen padre,
amigo, compañero y caballero.

Autor: Ana María Lorenzo
      @Derechos reservados



EL TREN
(a mi hermano Javier)

Hace días que el tren recorre.
El traqueteo es constante.
Una tras otra pasan las estaciones.
Más grandes, más pequeñas.
Anarquía de grises y blancos.

Arquitectura fantástica
la que la velocidad muestra.
Y por el pasillo, entre vagones,
una larga procesión
de hombres y mujeres.

Estoy cansada del largo recorrido.
Me escurro en la butaca,
cambio de posición mil veces.
Y ese olor a hierro tostado
del choque contra los raíles,
con cierta mezcla de humanidades
y campos de lavanda
que por las rendijas se cuelan.

Ahora el tren se desliza suavemente.
Cruza un túnel oscuro
para salir hacia una luz emergente.
Parece un Pegaso de acero.
¡Fuerte!
Con un extraño sonido
a hueco cascado,
se sienten sus zapatos de hierro
caminando sin descanso.

Hace días que el tren corre.
Por mis ojos pasan montañas y llanos.
Imágenes que se suceden
tras el cristal
y las brumas de fuera.

Cada vez más cansada.
Me veo sucia y desarrapada.
Da asco ir al baño.
¿Por qué la gente es tan sucia?
No sé en qué posición ponerme
para hacer mis necesidades.

Y siguen subiendo y bajando personas.
Ya no sé en qué pensar.
Creo que ya lo pensé todo.
Hasta analicé en profundidad,
lo que era un tren.

Alguien apaga la luz.
Vuelve a ser de noche.
Ahora la oscuridad me llena.
No veo nada.
No siento el cuerpo.
Me olvido de lo que rodea.
Tanto me olvido
que hasta no sé quien soy
ni a dónde me dirijo.



BAJO LOS ALGODONES
(a mi hermana Ruth)

Sobre las almohadas del dolor,
ese algodón sobre los ojos
que con suavidad limpia
un cerrar estropeado.

Pensamos que no caen
los pájaros del cielo,
que la batalla es nuestra
y nuestra la victoria.

Algodones en los ojos,
y en lo oscuro.
Los días eran hojas caídas,
en un hospital retenida.

 Al entreabrir los párpados,
nebulosa figura leyendo
en una semipenumbra cerrada,
absorbiendo su mirada
el hilo de luz que entraba.

Distorsionada vista pegada
por legañas secas.
Dolores de cabeza
y Ruth sentada junto a la ventana.

De cuando en cuando,
volvía con sus algodones.
Espigas que iba recogiendo
de un campo ya arado,
como en el pasado.

Lamento, los años de malezas.
Lamento, los muros creados.
Lamento,  ¡tantos silencios…!
Mientras tú,
espigas recogías.

Y bajo esos algodones
que se paseaban entre las pestañas,
pensaba que nunca, nunca…
leerías los versos que te escribiera.



            ASIA ENTRE MUROS   
        (a mi hermano Antonio)
  
Con los ojos fríos,
y el cuerpo destemplado.
Vi romperse poco a poco,
trozos de pared
formando un círculo.

Y Buda estaba cerca
tras aquel agujero,
puerta de un templete.
Y Brahma sonreía.

En lo alto de las stupas:
cuatro caras iguales,
mirando a los puntos cardinales.
¡Claro! Brahma
era la forma creadora.
Todo aquello le pertenecía.

Y Buda con su tesis de bloquear
cualquier apetencia,
pretendía ser llamado
y fundirse con aquél.
Conseguir la liberación,
la definitiva beatitud.

Un bonzo apareció.
La mancha amarilla de su túnica
recordaba la paja de los carros.
¡Qué extraño!
Su misión religiosa, trascendente…
me había devuelto a la realidad
de un cuarto cuadrado,
con un gran boquete en el muro.

Cerré y abrí los ojos,
no fuera fruto de engaño;
de una visión jugadora,
de una mente cansada.

Mas al volver abrir los párpados,
persistía el agujero.
Me senté en el sillón
como si de una película se tratara.
Encendí un pitillo
y  dejé que las imágenes se sucedieran.

¡Oh! ¡Qué curiosa transfiguración
de aquél que nos gobierna!
Su ronca voz salía ahora casi con humildad.
Tartamudeaba un poco.
Estaba emocionado.
También los reyes y gobernantes,
tienen momentos de ser humanos.

El sol iniciaba su ocaso
y aquello se antojaba una mutilación.
Era una pena que el goce puro
no fuera un instante eterno.

Pena, que todo siguiera su ciclo,
como si la película acabase.
Como si al llegar a la cúspide
todo declinara,
al igual que  las dinastías,
como la vida de cada hombre.

Y veía con cierta tristeza,
niños rebuscando en basuras;
niñas vendiendo refrescos.
Pronto crecerían.

Y un buen día,
sus propios padres,
los venderían o  prostituirían.
Eso hace la miseria
convirtiendo  en mujeres y hombres
a tiernos niños con hambre.

Era una desfachatez
que mientras la abertura permanecía
amplia, despejada, descubierta…
mostrando sus imágenes,
monos, centenares de monos,
brincaban y pegaban saltos.

Y yo entendía sus chillidos:
Mira esta Camboya abierta.
Mira las palmeras a lo lejos.
Mira nuestros Budas ahí sentados.
Un día llegarán las lluvias
y todo esto quedará anegado.
Aquí se muere bajo las estrellas.

No supe si llorar o reír.
Se cerró el agujero.
Era noche de cielo abierto.

     

EL GRAN CONCIERTO
(a mis hermanos: Hans K., Rubén y Mercedes)

Marcó un compás en silencio con la batuta.
La orquesta empezó a desgranar
el solemne preámbulo de la obra.
Unos tremolandi  de la cuerda baja,
como negros nubarrones,
llenaron el auditorio de presagios siniestros.

Parecía que iba a estallar
una tormenta musical.
mas la orquesta inició un rallentando 
y se detuvo ingrávida
sobre el acorde de séptima dominante.

Entonces, hizo su entrada el violín.
La batuta voló por los aires
entre las cabezas  de los chelos,
y como dardo de cerbatana,
por una de las escotaduras
del primer contrabajo.

El pizzicato de acompañamiento
sonaba pusilánime, encogido, ñoño…

Señores, estamos tocando a Paganini,
no a Boccherini.
Siglo XIX, no XVIII.
No quiero un minueto galante,
quiero que las notas suenen rotundas,
desafiantes…
¡Que los contrabajos rujan como galernas!
 “Las brujas” es un concierto,
un concertare al igual que batallar.
¡Esto es una guerra!
y en  una guerra gana el más fuerte.

Rugieron los instrumentos.
La sala fue taladrada por sonidos.
Eructos de golpes de notas.
La orquesta entregada.
El director se desmelenaba.





EN EL PUERTO DE COPENHAGUE
(a mi hermano Hans kristian)

Allá atracaban los barcos,
en noche fría y de neblinas.
Las cargas las iban dejando,
en el puerto de Copenhague.

Hombres recios y grúas altas,
descargando contenedores de hierro.
No hay descanso y sí premura.
Y sombras de embarcadero.

Farolas de tibias luces,
en tonalidades amarillentas
que a la bruma volvían azufre.

Allí pensé en un instante,
si era cosa del destino  
dejarme en esos mares.
Frío los dedos
 bajo los guantes rotos,
en la cabeza un gorro
 de lana vieja.

Al pronto vi unas imágenes,
que en leve ensueño pasaban.
Vírgenes vestidas de nieve
esperando estáticas en lo alto.

Flotaban en la densa niebla,
átomos leves de sugerencias.
Dejé el cabo que sujetaba
y me alejé andando.

Entendí que ese no era mi sino.
Campos verdes me esperaban.
Luces de ojos nuevos brillaban
y en mis dedos una pluma
mostrando cómo las letras
 se juntaban.




MÚSICA EN EL FORO
(a mi hermano Rubén)

Velocidad y armonía,
así caían sobre las teclas,
dedos dóciles, pesados…
en un Bach que sonaba a misa,
a densidad de iglesia.

Aire de música
en un Foro romano que acoge
ejecución rápida, brillante
de los pentagramas escogidos.

Y puede ser que en un instante,
la memoria se pierda en el blanco
de un vacío de nieve fría.
Traición que camina
hacia la aciaga tecla.

Silencio que pesa,
como si piedras cayeran encima,
hasta que otra vez el impulso
estrella los dedos
sobre el teclado.

La misma furia,
los mismo sudores
y la extremidad tan tiesa y blanda
como antes.

Escollos que se superan,
la pieza comienza a ganar.
Y Bach suena a Bach…

Como en océano encrespado,
se hunde en el pentagrama.
Las manos se afirman,
se apoderan…

Los tendones se estiran y encogen…
Las yemas acarician
el blanco y negro pulido
de un piano de semicola.

Notas que vienen y van,
que corretean por el aire
y desaparecen tras él.

Roca fría, ancestral piedra
que escucha en silencio,
en retenida música
como ventosa al cuerpo.



COMO LA SEDA
(a mi hermana Mercedes)

Débil como tierno brote.
Pequeña, dulce… muy suave.
Frágil cristal que se rompe.
La hicieron a retazos
pero se olvidaron de negar,
la placidez en sus ojos.
Lagos serenos, amables…
de una vista en semipenumbra.

De sus blancos y finos dedos
surgen finezas, melodías y arte.
Armazón quebradizo
que como su alma se hiere fácilmente.
Y siempre, en austera discreción,
sonrisas y carcajadas.

Dime si lloras mirando a las estrellas
o  quizá te las imaginas
y con las manos las tocas.

Luz que baja del cielo,
directa a su cabeza.
Del piano arranca sentimientos
con sonidos magistrales.

Y cual música de su boca,
pétalos de rosas
caen aliviando otros dolores.

Todo eso… y más que me dejo,
pues Seda le  llamaron
por querer compararla a algo.
Poca delicadeza tuvieron,
 cotejar su alma
con la suave tela.

Besar las manos quisiera,
seguir sus huellas profundas.
Pues a través de su apariencia,
hay alguien fuerte tras ella.

Llegarán más  primaveras.
De los huesos saldrán ramas,
flores fuertes que sobreviven
en su rincón de bellezas.

Mariposa que vuela.
Rosa de pitiminí
que extiende su aroma.

       
AZUL Y GLOBOS 
(a mis sobrinos Marta, Sara, y David)

Globos en el cielo,
me vienen con sabor a cierzo.
Aires de fiesta y regocijo,
sujetados con cuerdas.

Perdidos entre las nubes,
desafiando los vientos.
Y cada vez más altos,
rozando un azul de cielo.

He chocado contra las paredes,
de un blanco roto de cal cortada,
y ahí estabais vosotros
con vuestro globos de sueños.

Atentos.
Solidarios como abejas.
 Mirando el azul del techo
y  tendiendo la mano.

Jóvenes sin niebla.
Sobrinos de la vida.
Dueños  de sus luces y sombras,
y con sus globos en lo alto.

Parecen que no existen
porque lejos se hallan.
Mas en barca de fuego,
navego a su encuentro.

Frágiles imágenes que en el horizonte veo.
Globos y más globos…
que acompañan a mi credo.
Y no es flaco el amor que muestran.

Os he dejado pensando cosas.
Ojalá penséis en mí un rato,
cuando hinchéis con vuestra vida
esos hermosos  globos.

Azul y cielo
Azul y globos

Globos… regalo globos.



VELADA LIGADURA



(A mi tía María, fallecida 15-09-2012 a los 100 años de edad 
y primos Maribel y Saúl; Paz y César)

Hielo en un mundo cálido.
Desde el principio de los tiempos,
la noche duerme.
Una hoja se va.
El viento sopla.
Y refleja la Luna
la verdad que no se quiere ver.

Que éste es un mundo de rocío
donde las lágrimas cubren al Sol.
Nos oscurecemos.
Nos plegamos.
Nos acartonamos.
Hasta despertar al verdadero día.

Y las flores se abren
para mi viaje al otro mundo.
Me pondré el mejor vestido,
de lunas y nieves,
de flores y amor.

Allí, donde el corazón nace,
allí te daré un abrazo.

Me verás bella;
te encontraré radiante.
Y dejaré que el viento lleve
los pesares que mi alma siente.

Hoy sopla el viento.
Mi sombra me lleva consigo.
Tu sombra tras de mi me besa.

Una noche corta
que parecía larga.
Pierdes la vida
y mueres ¡muy bien!



CARTA PÓSTUMA DE UNA PERRA
( a mi fiel perra Bola y Lur-Bombón)

Ya no habrá más correrías,
ni más complicidades,
ni más nada de nada…

No llores por mí.
Estoy bien.
Búscate nueva compañía,
con quien compartir,
a quien querer.

Superarás el momento.
Lo superarás.
Volveremos a estar juntas.
Cree en mí.
Pues lo mismo que hay un cielo
para  hombres,
para  animales, también.

Cuida al ama.
Me relamo de gusto
con el recuerdo de paseos,
juegos, caricias
y baños que me daba.

¡Qué ratos!
¡ Cómo gozaba  ella
de mis danzas y saltos!
Y me llamaba…
¡Bola, ven aquí !
Y yo era feliz
porque  me hacía caso.

Nos entendíamos.
Sabía  lo que necesitaba,
y  comprendía  sus anhelos,
alegrías y tristezas.
Tanto es así,
que no hay mayor galardón,
que ser tratada con tanto amor.

Llegó aquel funesto día.
Las dos en silencio,
supimos de nuestro duelo.
Con respeto,
me dejó en el suelo.

Allí en el césped del jardín,
la miré, me miró,
nos miramos.
Volví la vista otra vez.
Observé la casa de mis amos.
Las dos supimos lo que iba a suceder.

Gran alegría fue,
cuando en sus brazos suspiré.
Su mano no dejó de acariciar,
el último latido vital.
Y yo sé que ella  vio
mi espíritu partir.
Y lloró, lloró por mí.

Pero no sufras más,
amiga Lur,
te espero aquí.
Ya ves lo feliz que fui.
Y ahora estoy en la luz.

Sé que sabes, que no me ves
y  yo sé, que no te puedo tocar;
pero notamos nuestras presencias,
percibimos nuestros olores
y  nos  lamemos los  corazones.

Aquí estoy viva.
Desde el cielo de los perros,
no os olvido.




ALGUNOS ANCESTROS